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Un usuario opina sobre la Biblioteca Central

Sala de obras literarias en la Biblioteca Central

Sala de obras literarias en la Biblioteca Central

Extracto de un artículo de opinión publicado en el periódico ABC, en el cual un usuario, Rafael Aguilar, expone su valoración sobre nuestra Biblioteca Central, refieriéndose a aspectos como la parte externa y el personal de atención al público.

RAFAEL A. AGUILAR SÁNCHEZ
“ESTE martes, a las pocas horas de que falleciera Sabino Fernández Campo, en uno de los estantes de la Biblioteca Central estaba expuesta una biografía firmada por Manuel Soriano que lleva el subtítulo de «La sombra del Rey». Este detalle, el rápido reflejo de los responsables de las instalaciones de Lepanto para colocar en un lugar destacado el libro oportuno, es ilustrativo del músculo intelectual que rige esa casa desde su inauguración.

Ahora que la batalla por la Capitalidad se libra en performances «polisensoriales», como definía la Fundación de 2016 al reciente espectáculo de Barceló, a uno le parece que pocas o ninguna iniciativas promueven tanto la difusión de la cultura en esta ciudad como la Biblioteca de la Ronda del Marrubial.

Quien conociera el edificio de Sánchez de Feria, hoy Archivo Municipal, sabrá valorar la amplitud y la luz de la nueva sede, espléndida y espaciosa desde su entrada. Allí pone un pie uno y tiene la impresión que está en Viena o en Berlín, y no en un apéndice provinciano y a menudo iletrado del planeta.

Observa a los empleados, laboriosos tras sus mostradores con sus batas blancas, y se convence de que ellos son las personas adecuadas para hacerle una recomendación literaria, de que van a poner el interés y los medios necesarios para que el usuario encuentre lo que busca o descubra lo que nunca imaginó, y no le atenaza el temor, tan frecuente al demandar los servicios de otras instituciones de su tipo, de que el bibliotecario ame a los libros tanto como el frutero de la esquina a las coliflores.

Por las tardes cuesta trabajo hacerse con un hueco en la segunda planta, donde se concentran los fondos de novela, poesía y ensayo. Abajo, los jubilados tienen bien establecido el turno de consulta de los periódicos y los jóvenes se entusiasman con un surtido catálogo de revistas temáticas, mientras que en el ala contigua apenas hay sitio disponible en el aula de informática.

Mención aparte merece la estancia dedicada a los niños: el otro día ví en un estante, muy cerca de las colecciones de Disney, un libro de doscientas páginas y pastas gruesas que ilustraba monográficamente y con una didáctica asombrosa  la teoría del origen de las especies de Darwin.

En esos muros de Lepanto, el libro es por una vez lo que tiene que ser: un don que vale mucho más de lo cuesta y que si cuesta mucho ello no debe de ser óbice para que lo lea y aprenda de él hasta quien no tiene dinero; un bien de consumo intelectual que enseña que hubo quien ya amó lo que nosotros amamos, soñó lo que nosotros soñamos y perdió lo que nosotros perdimos, y además tuvo el talento, el acierto y la oportunidad de escribirlo y conmovernos con ello.”

(ABC 31-10-2009)

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