Encuentro en la Feria del Libro con Sara Mesa para hablar de “La mala letra”
Los miembros de los clubes de lectura de novela de la Red Municipal de Bibliotecas mantendrán un encuentro con Sara Mesa en la Feria del Libro el domingo 17 de abril a las 13:00 h.
Tras haber leído sus relatos, la conversación será abundante en preguntas y comentarios que la propia autora enriquecerá con sus explicaciones.
El acto está abierto a la asistencia de todo el mundo.
La autora de este libro coge mal el lápiz. Lo ha cogido mal desde niña, cuando algunos profesores se empeñaban en corregirla porque «hay que escribir como Dios manda», e, incapaz de aprender, ha seguido cogiéndolo mal hasta el día de hoy, con todas las consecuencias. Porque… ¿puede acaso salir buena letra de un lápiz torcido? Ésta es una de las cuestiones que planean sobre este conjunto de cuentos: la de la escritura indócil, libre y acelerada, la escritura que araña y rasga la memoria, que destroza los recuerdos y hace de ellos otra cosa.
Las historias que aparecen en este volumen abordan temas como la culpa y la redención, la falta de libertad y esos «pequeños instantes, epifanías, revelaciones, imágenes que se abren, palabras que se desdoblan», cuando «algo se quiebra, y todo cambia». Niños que se resisten a obedecer y que viven con asombro y soledad el difícil proceso de crecer; chicas rebeldes cuya rebeldía es subterránea, rabiosa y poco aprovechable; seres atormentados –o no– por los remordimientos y las dudas; picabueyes y nutrias que representan agresión o consuelo; el desconcierto de vidas en apariencia normales que a veces encierran crímenes y otras únicamente el deseo de cometerlos.
Sara Mesa ha construido un conjunto sólido y coherente de voces con su ya peculiar estilo tensado y sin artificios, que se revela aún más depurado en el manejo de las formas cortas.
Reproducimos aquí un fragmento de uno de sus relatos:
EL CÁRABO
La chica volvió la cabeza desde lo alto de la loma y los vio a todos alrededor de la mesa de pícnic. En la distancia, la conversación era un murmullo ininteligible, como un zumbar de abejas. El sol estaba cayendo y la luz se retiraba de los pinos revelando verdes oscuros y cavidades que habían permanecido ocultas todo el día. Olfateó el aire –tierra húmeda, lavanda y romero, una mierda de vaca aplastada por la rueda de un cochey regresó con los demás, demorándose en cada paso. El chasquido de las agujas de pino que se quebraban bajo sus pies se fue debilitando al acercarse, asfixiado por la voz de la tía, una voz como salida de una tinaja, grave, poderosa, pétrea. Todos apuraban los restos de la merienda en torno a ella, pidiendo su consentimiento, esperando su turno con una medida escrupulosidad. La tía sabía siempre qué había que hacer y los pasos que había que seguir para hacerlo. Sin permitir que nadie alterara su ritual, había administrado con lentitud la mantequilla, el foie gras, las rebanadas de pan tostado y el café con leche. Actuaba sin prisa, como si el tiempo también estuviese obligado a amoldarse a su ritmo. Sus palabras ocupaban toda la explanada y se expandían más allá de las suaves colinas terrosas. La chica se detuvo a observarla a unos metros. Aquel día cumplía veintidós años y ésa era toda la celebración que le estaba permitida: pinares, coches, merienda campestre y un encuentro familiar con viejos amigos que ni siquiera eran los suyos.
A un lado, metido en uno de los coches, el tío se cortaba las uñas de los pies con las flacas piernas extendidas fuera de la puerta. En la rigidez de su mandíbula había una concentración casi religiosa.