Ramón Pernas
En la luz inmóvil
Sevilla : Algaida, D.L. 2011. 300 p. ; 24 cm.
Pavese es el Mcguffin y a la vez la esencia de En la luz inmóvil -hermoso título tomado de un verso suyo-, no sólo porque los capítulos reciben el nombre de sus novelas –“La bella estate”, “La luna e i falò, Il diavolo sulle coline”, etc.-, sino porque en última instancia, la filosofía vital del trágico escritor piamontés y los temas recurrentes de su literatura son también los de la novela de Pernas: la búsqueda de la propia identidad, la soledad como estado de ánimo -condición existencial y social-, buscada y vivida como liberación y como condena al mismo tiempo, la incomunicación, la añoranza de la mujer, entendida ésta como ese primer amor, ese que nunca se olvida, ese que siempre se anhela recuperar, porque se instala en la nostalgia y la melancolía -esa forma de ver el mundo, o mejor dicho, de vivir la vida- hasta convertirse “en una obsesión senil”.
Al fin y al cabo, la infausta biografía de Pavese (recordemos que vivió de forma trágica un amor no correspondido que le llevó, entre otras razones, al suicidio, si bien, como él mismo expresó: “Uno no se mata por el amor de una mujer. Se mata porque un amor, cualquier amor, le revela su desnudez, su miseria, su inermidad, su nada.”), no es sino la materialización en la vida real del argumento de la novela de Goethe, Las desventuras] del joven Werther , y aquí es donde nos damos cuenta de la añagaza de Pernas, de su juego metaliterario: Werther, Pavese, el innominado protagonista de la novela, el propio Pernas (esta novela, como las de Pavese, tiene algo de autobiográfico), nosotros mismos, todos en suma, hemos vivido más o menos de forma similar ese primer amor, pero no lo olvidemos, se trata de un Mcguffin (a Pernas la originalidad temática le importa poco), de una excusa para presentar un juego literario moderno y novedoso: una reflexión novelada sobre la escritura, la amistad, la traición, la soledad, el amor –y el desamor-, la vejez y la muerte.
El protagonista, escritor y editor famoso, está confeccionando una novela resumen de su vida, pero desconfía de su eficacia e, incluso, de ser capaz de concluirla; sin embargo, a pesar de sus temores y dudas, de la incertidumbre propia de todo escritor ante el papel en blanco, escribe, sigue escribiendo en todo momento, pues como él mismo confiesa: “Escribo para exculparme de errores ajenos, para evitar el psicoanálisis, la locura y en definitiva, la muerte. Para combatir mi propia muerte.”
Es evidente, estamos ante un recurso literario para evidenciarnos que se trata de una obra de madurez, de una novela final de etapa. No obstante, la historia fluye con agilidad, aun a pesar de las abundantes digresiones: el narrador mediante un estilo depurado, en ocasiones salpimentado de un intenso lirismo, va conformando una especie de biografía estructurada entorno a ese primer amor, como telón de fondo se esboza un repaso impresionista del pasado español que arranca en el año sesenta y siete.
[tomado de literaturavillalba.blogspot.com]