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Discurso de ingreso en la Academia

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Discurso de recepción en la Real Academia de Ciencias Bellas Letras y Nobles Artes de Córdoba por Don Ricardo de Montis Romero, leído el 12 de Diciembre de 1914.

 

Periódicos y periodistas cordobeses

Señores Académicos:

La excesiva benevolencia de esta docta corporación y no mis méritos, tan escasos que son casi nulos, me trae entre vosotros, representantes genuinos de la cultura cordobesa.

Y aunque comprendo que es inmerecida la merced que me otorgáis, siento una profunda, una íntima satisfacción al verme aquí, pues por esta Ilustre Academia desfilaron hombres insignes en las Ciencias, en las Letras y en las Artes; mis maestros; personas a quienes profesé gran admiración y entrañable cariño.

Aquí presenté los primeros frutos de mi pobre inteligencia y de mi menguada inspiración cuando todavía era yo un niño y aquí escuché los primeros aplausos que me alentaron para seguir por la senda emprendida con los entusiasmos propios de la juventud; senda en la que bien pronto había de encontrar, en vez del laurel del triunfo con que soñara, las espinas de la adversidad que laceraron mí espíritu y mi corazón.

Hé ahí, señores, por qué he querido que se celebre mi recepción en este local, donde parece que se respira un ambiente clásico, y permítaseme la frase. No sólo porque siempre rehusé todo lo que significa aparato y ostentación, sino porque al pasar los umbrales de esa puerta agólpanse en mi mente los recuerdos de que vive sólo quien perdió las esperanzas y las ilusiones y tales recuerdos me hacen olvidar el presente y el porvenir, envolviéndome en la aurora sonrosada del pasado.

La suerte ha querido, sin duda para ponerme en mayor aprieto en estos instantes de prueba, que yo, el oscuro y humilde periodista, sea el encargado de sustituir en la secular Academia, al ilustre Decano de la prensa cordobesa, al inolvidable maestro de cuantos nos dedicamos en esta ciudad a la ingrata labor periodística.

Honra grande, inmerecida, representa para mí tal sustitución y ya que, en modo alguno, puedo ocupar dignamente, por falta de condiciones, el puesto que mi antecesor dejara vacante, procuraré lo que un discípulo debe hacer con un maestro: respetarle en vida y conservar y enaltecer su memoria cuando ha rendido el obligado tributo a la muerte.

¿Cómo no he de enaltecer yo, si Córdoba entera la enaltece, a aquella ilustre personalidad que se llamó don Rafael García Lovera?

Fué tan saliente; sus talentos, sus virtudes y su admirable labor las conocéis tan bien, que huelga casi por completo la biografía del escritor distinguidísimo.

Por tanto, me limitaré a consignar unas breves notas siguiendo la costumbre establecida en esta clase de trabajos.

Don Rafael García Lovera nació en esta capital el 21 de Junio del año 1825. Estudió la segunda enseñanza en el Instituto provincial de Córdoba y la carrera de Jurisprudencia en la Universidad de Sevilla, donde obtuvo el grado de Bachiller en Derecho civil y canónico después de unos brillantes ejercicios, y en el año de 1848 recibió en la Universidad Central la investidura de Licenciado en Leyes.

Ejerció su honrosa carrera en nuestra ciudad durante muchos años, conquistando una envidiable reputación, a la que le hicieron acreedor tanto su talento como su honradez y laboriosidad. Además desempeñó los cargos de juez municipal, de Decano del Ilustre Colegio de Abogados de Córdoba y de magistrado suplente de esta Audiencia provincial.

Con preferencia consagróse al periodismo, por el que sentía una verdadera pasión. Cuando solo contaba dieciocho años de edad dirigió en nuestra capital la revista literaria denominada El Vergel; en Madrid también estuvo al frente de La Discusión, revista de las Universidades, y aquí, además de colaborar en todos los periódicos locales de su época, escribió el programa del Diario de Córdoba y trabajó en él desde su fundación, primero como redactor y después como director, hasta los últimos momentos de su vida.

Su pluma honrada solo estuvo al servicio de las causas nobles; jamás impulsáronla pasiones mezquinas y siempre se inspiró en un espíritu de paz y de concordia digno de los mayores elogios.

El señor García Lovera fué, asimismo, un literato notable y un poeta de altos vuelos; sus compañeros diéronle, muy justamente, el título de maestro de las quintillas, pues escribió en esta clase de estrofas muchas composiciones verdaderamente magistrales.

Cultivó el género lírico y el dramático y si en la escena obtuvo triunfos, también los conquistó en esos torneos de la inspiración y de la fantasía que se llaman juegos florales. Perteneció a todas nuestras asociaciones científicas y literarias en las que, por sus méritos indiscutibles, ocupó puestos preferentes.

También poseía envidiables dotes oratorias que reveló tanto en el foro como en los ateneos y en la mayoría de los actos de carácter científico o literario celebrados, durante su época, en esta capital.

Figuró en el Ayuntamiento como concejal, síndico, primer teniente alcalde y alcalde interino y en dicha corporación demostró de modo admirable, como ya lo había revelado en la prensa, su inmenso cariño a la hermosa ciudad en que viera la primer luz, por la que habría sido capaz de realizar los mayores sacrificios, para la que ambicionaba, el que no fué ambicioso jamás, blasones y timbres, glorias y triunfos, imperecederos.

El venerable Decano de la prensa local, apesar de que su modestia impulsábale a rehusar toda clase de mercedes, ostentaba muchos títulos y condecoraciones altamente honrosas. Era auditor honorario de Marina, Jefe superior honorario de Administración civil, Comendador de número de la orden de Isabel la Católica; poseía la placa de honor de la Cruz Roja y pertenecía a la Academia de Jurisprudencia y Legislación de Sevilla y a otras doctas corporaciones.

El 3 de Enero del año 1913 rindióse en la jornada de la vida, al peso de los años, el ilustre cordobés, el docto jurisconsulto, el notable escritor y eximio periodista Ilmo. Sr. D. Rafael García Lovera.

La prensa fué uno de sus grandes amores; también es uno de los grandes amores míos; por eso al sustituirle en esta Academia y al tener que disertar ante vosotros he creído que el tema mejor y más apropiado para mi humilde discurso sería: Periódicos y periodistas cordobeses.

La Prensa es el espejo en que se retratan fielmente las ideas, los sentimientos, el carácter, las orientaciones y hasta los gustos y costumbres de los pueblos. Examinando con atención los periódicos de una ciudad se aprecia de modo perfecto el estado intelectual, moral y material de la misma.

Por eso la prensa de Córdoba ha sido siempre una prensa tranquila, y valga el calificativo, enemiga de luchas, noble, franca; más predispuesta al elogio que a la censura y, sobre todo honrada como corresponde si ha de representar a esta población hidalga, benévola, generosa y pacífica.

Innumerables periódicos de muy distintos géneros, de todos los matices, han desfilado por el estadio de la prensa local, pero sólo consiguieron arraigo aquellos que se adaptaron al ambiente de Córdoba.

Como aquí pocas veces, por fortuna, se enardecieron las pasiones políticas y la prensa consagrada a la ciencia de gobernar sin esas luchas, sin la polémica, no consigue en provincias despertar el interés de los lectores, escasas publicaciones de tal género disfrutaron de próspera vida.

La prensa independiente fué siempre la de mayor importancia; ahí está justificándolo el Diario de Córdoba, el periódico más antiguo de esta población y de Andalucía que cuenta sesenta y cinco años y goza de una vida floreciente. El fué la cuna de nuestros periodistas y de la mayoría de nuestros literatos; en él se labraron su reputación los notables escritores hermanos García Lovera; en él hicieron su aprendizaje los Valdelomar y en él publicaron sus primeras composiciones poéticas Fernández Ruano, Fernández Grilo y otros ingenios.

El Guadalquivir compartió con el Diario, aunque por poco tiempo, los favores del público; y después apareció El Comercio de Córdoba en el que agotó sus energías un hombre tan laborioso como culto y correcto periodista, don Miguel José Ruiz, a quien tuve la honra de sustituir en su ardua tarea, y luego se publicaron otros periódicos independientes, de menos importancia que los citados, operándose en todos ellos una transformación completa, exigida por el progreso, en el último tercio del siglo XIX.

Ya no se podían cerrar las ediciones doce horas antes de repartirlas sino en el momento casi de entregar el periódico al lector; ya para informar a éste no era posible utilizar el correo sino el telégrafo; ya había que suprimir la palabra anteayer en la narración de cualquier suceso sustituyéndola por la de hoy o, cuando más, por la de ayer; ya el periodista no debía confeccionar en el bufete la hoja diaria, atiborrándola de artículos y de recortes; veíase obligado a averiguar, a inquirir, a conferenciar con todo el mundo para saciar la sed de noticias y de impresiones que hoy devora a la humanidad.

El primer periódico que siguió las corrientes modernas en Córdoba fué La Unión, creado por don Carlos Matilla de la Puente.

Comenzó ostentando el carácter de diario liberal pero después convirtiose en independiente y hubo en él una transformación completa.

Desaparecieron los largos artículos doctrinales, los recortes de la prensa de Madrid, para dejar su puesto a la crónica ligera y sobre todo a la información extensa y detallada en la que el calígrafo representa el principal papel.

Como la época en que La Unión se modificó era verdaderamente crítica para España pues sostenía las desastrosas guerras coloniales y había un ansía indescriptible de saber el curso de las campañas que originaron nuestra ruina, el público de Córdoba arrebataba los números del citado periódico que aumentaba su tirada prodigiosamente.

Y en la redacción del moderno diario laboraba incansable una piña de escritores estímadísimos, uniéndose en ella a la sensatez y práctica de los veteranos periodistas don Miguel José Ruiz, don Dámaso Angulo Mayorga, don Fernando de Montis Vázquez y otros, los entusiasmos, la frescura de ingenio de la juventud representada por aquel malogrado y saladisímo poeta que se llamó Federico Canalejas, por el correcto prosista Rodolfo Gil y por el ilustre literato Marcos Blanco Belmonte. El Diario de Córdoba siguió el ejemplo de La Unión siendo objeto de importantes reformas que le proporcionaron un lugar preferente entre la prensa moderna de provincias.

También se publicaron con el carácter de independientes, y fué corta su duración, El Andaluz, fundado por don Emilio Arroyo; La Correspondencia de Córdoba, impresa en dos planas de La Correspondencia de España, creada por don Enrique Morón; El Meridional, de don José Castillejo; La Región Andaluza, de don José Fernández Jiménez, dirigido por el periodista valenciano don Emilio Dugi; El Noticiero, de don Enrique Burillo; El Español, del ya citado señor Castillejo; El Telégrafo, de don Antonio Alvaro de Morales y el Diario Mercantil, de don José Ortega Contreras.

De los periódicos políticos fué el primero y uno de los más importantes el diario liberal titulado La Crónica, a cuya redacción perteneció, constituyendo su principal figura, el inolvidable director de esta Academia y distinguido historiógrafo don Teodomiro Ramírez de Arellano.

Sustituyó a La Crónica, después de algunos años de vida, La Provincia, otro diario que gozó merecidamente de prestigios y en el que escribieron periodistas que ya no existen tan apreciables como don Antonio Martínez Duímowich, don Pelayo Correa, don Camilo González Atané y don Ventura de los Reyes Conradi.

El Conde de Torres-Cabrera, después de haber publicado un semanario conservador con el título de La Lealtad, se decidió a editar un diario con el mismo nombre e hizo el periódico político mejor escrito que, sin disputa, vió la luz en nuestra población.

Encargóse de dirigirlo el notable publicista don Juan Menéndez Pidal y en su redacción figuraron escritores de tanta valía como don Manuel Fernández Ruano y el granadino, hace poco tiempo fallecido, don Miguel Gutiérrez.

Esta primitiva redacción tuvo numerosas modificaciones y el título del periódico también fué sustituido por el de La Monarquía primero y por el de El Defensor de Córdoba después. Al ocurrir la disidencia entre el gran estadista Cánovas del Castillo y el travieso político Romero Robledo, los conservadores cordobeses que siguieron a este último, fundaron otro periódico diario denominado El Adalid, también de feliz recordación. Escribíanlo dos periodistas y literatos jóvenes de gran valimiento, Enrique y Julio Valdelomar, quienes se compenetraron de tal modo con el espíritu de su jefe que se veía admirablemente retratado en todos los números de dicha publicación. Y puede asegurarse que El Adalid constituía la nota movida y alegre de la prensa cordobesa.

Inquieto, batallador como Romero Robledo, siempre sostenía una polémica, ya política, ya literaria; siempre tenía una frase caústica para el adversario; siempre hallábase en sus columnas una sátira fina; siempre rebosaban en ellas el desenfado y el gracejo de su inspirador.

Y los hermanos Valdelomar, paladines decididos de la causa cuya defensa se les encomendara, tuvieron que intervenir más de una vez en incidentes desagradables motivados por las campañas del periódico, exponiendo en ocasiones sus vidas, para obtener, a la postre, como recompensa, el abandono y el olvido de quienes a tales extremos les impulsaron. ¡Triste y frecuente destino del periodista!

La prensa republicana tuvo numerosos órganos en Córdoba pero todos, si se ha de decir la verdad, poco importantes, aunque en algunos escribieron personas de significación, y además de vida muy efímera.

Solo recuerdo uno que se publicara diariamente durante algún tiempo, La Voz de Córdoba, defensor de las doctrinas posibilistas, redactado por el sesudo escritor don Dámaso Angulo Mayorga con la cooperación del festivo poeta don Juan Ocaña y de otros literatos.

Esta publicación, al ocurrir la muerte del insigne tribuno don Emilio Castelar, perdió el carácter que tenía, convirtiéndose en un periódico independiente y dejando de ser diario. Hubo también publicaciones tradicionalistas, integristas y defensoras de otras doctrinas políticas pero ninguna consiguió vida larga y próspera por lo cual, y en obsequio de la brevedad omito tratar de elllas.

La prensa católica ha sido escasa en nuestra capital, no porque dejen de estar arraigados aquí los sentimientos religiosos sino porque, afortunadamente, casi todos los periódicos de Córdoba se erigen, cuando es necesario, en defensores de las sublimes doctrinas de Cristo y no hace falta, por tanto, que haya publicaciones con el exclusivo carácter de católicas. Prescindiendo de algunos semanarios y revistas, el primer periódico diario de esta índole que vió la luz fué La Verdad, fundado por don Francisco Díaz Carmona quien cedió al poco la propiedad a un sacerdote cordobés muerto recientemente cuando acababa de llegar a una de las más altas jerarquías de la Iglesia: nuestro compañero de Corporación don Manuel de Torres y Torres.

En ese diario esgrimió sus primeras armas periodísticas un joven pontanense que hoy ocupa un puesto en la prensa madrileña: don Rodolfo Gil.

Después creóse El Noticiero Cordobés, diario también de corta vida, que estuvo dirigido en sus comienzos por un periodista prestigioso, don Manuel Sánchez Asensio, y después por el correcto escritor granadino don Martín Cherof.

Finalmente, en la actualidad tenemos El Defensor de Córdoba al que su actual dueño y director don Daniel Aguilera despojó del carácter de político para que solo fuese periódico católico y de noticias.

Como Córdoba, en épocas pasadas, fué rico plantel de literatos, sobre todo de poetas, los cuales, según frase de uno de ellos, brotaban aquí con la misma abundancia que las rosas, publicóse gran número de revistas literarias, algunas muy bien hechas y casi todas de corta vida, en las que colaboraron nuestro inolvidable director y cronista don Francisco de Borja Pavón, Fernández Ruano, Fernández Grilo, Alcalde Valladares, el Barón de Fuente de Quinto, el Marqués de Jover, los Condes de Torres-Cabrera y Villaverde la Alta, el Marqués de Cabriñana, Jover y Sanz, González Ruano, Créstar, Maraver, los hermanos Barasona y Valdelomar, Montis (don Fernando), Belmonte Müller y otros muchos que harían esta relación interminable. Nuestras principales revistas literarias títuláronse El Ramillete, El Betis, El Paraíso, El Cisne, La Miscelánea, La Ilustración de Córdoba, La Aurora, El Album y El Tesoro.

El Ramillete estuvo dirigido por un cordobés que en él hizo sus primeros ensayos como escritor y que hoy es uno de los periodistas más ilustres de España, habiendo llegado, merced a sus méritos exclusivamente, a ocupar un puesto en los consejos de la Corona: don Julio Burell y Cuéllar.

El ingenio y la gracia característicos de Andalucía reveláronse también aquí en numerosas publicaciones satíricas y festivas, algunas de las cuales obtuvieron un éxito extraordinario. Fué la primera El Cencerro, periódico fundado a raíz de la revolución por don Luís Maraver Alfaro.

Las ideas avanzadas expuestas en este semanario y su lenguaje excesivamente vulgar y a veces hasta grosero, comprensibles aun para las personas de más bajo nivel intelectual, le proporcionaron una popularidad tan grande como no la había conseguido, hasta entonces, periódico alguno.

El día en que se publicaba, no se veía en los talleres, en las obras y en las cortijadas, a las horas del descanso, un trabajador que no estuviese entregado a la lectura de su papel favorito.

Y se debe confesar, aunque sea muy doloroso, que El Cencerro perjudicó extraordinariamente a la clase proletaria e hizo mucho daño a la Religión de nuestros mayores.

Llegó un día en que las máquinas de las imprentas de Córdoba resultaban insuficientes para tirar aquel Semanario y entonces el señor Maraver trasladó su residencia a Madrid donde continuó imprimiéndolo.

En diversas ocasiones las autoridades suspendieron la publicación de dicho periódico y entonces apareció con los títulos de El Tío Conejo y Fray Liberto, volviendo a ostentar el primitivo cuando se lo permitían nuevamente.

El Cencerro no ha muerto aún, pero arrastra una vida misérrima porque el público que lo arrebataba de las manos de los vendedores hace cuarenta años ha progresado lo suficiente para que ya no le agraden los chistes groseros ni los diálogos insulsos.

A poco de aparecer en Córdoba el antedicho semanario, y con el objeto de combatirlo, salió a luz otro titulado El Tambor, que no tuvo aceptación, siendo, por tanto, su existencia muy corta.

Un periodista ingenioso y mordaz, que sabía levantar verdugones con su pluma correcta, don José Navarro Prieto, fundó La Víbora, otro periódico semanal al que cuadraba perfectamente su nombre y que, durante el poco tiempo que tuvo de vida, originó serios disgustos a su autor.

Posteriormente apareció en el estadio de la prensa local un periódico festivo, el primero que hubo en Córdoba ilustrado con caricaturas, novedad que contribuyó poderosamente a aumentar su éxito.

En él colaboraron varios escritores de los ya mencionados en este trabajo y ensayaron sus aptitudes periodísticas dos jóvenes que, andando el tiempo, habían de ser dos figuras cordobesas ilustres: don José Sánchez-Guerra Martínez y don Antonio Barroso Castillo. 

El Bombo, que así se titulaba el semanario aludido, desapareció no por falta de elementos de vida sino porque sus redactores tuvieron que abandonar la pluma para dedicarse a tareas más provechosas.

En dos épocas distintas publicóse otro semanario titulado La Cotorra; lo fundó en la primera el ya citado Navarro Prieto, aunque no con el éxito de La Víbora, y en la segunda un industrial que logró popularizarlo desde los primeros números, merced a la colaboración de buenos escritores, pero después prescindió de ésta y rápidamente inicióse la decadencia del periódico, precursora de su desaparición.

Uno de los poetas más fecundos de Córdoba y uno de los mayores bohemios que ha habido en esta ciudad entre la gente de pluma, el desventurado Emilio López Domínguez, creó gran número de periódicos satíricos que escribía él solo y en los que derrochaba la gracia y el ingenio; de ellos merecen especial mención La Revista Municipal, dedicada a comentar en verso las sesiones de nuestro Municipio, la cual empezaba a ser voceada por los vendedores momentos después de haber terminado las reuniones del Concejo, y El Incensario en el que, aguijoneado por otras personas, llevó la censura y la crítica a extremos lamentables, excitando los ánimos y originando la aparición de un líbelo anónimo cuyo título no ha de manchar este trabajo.

De exprofeso he dejado para el final de la relación de los periódicos festivos y satíricos de Córdoba uno cuya historia tenía que producir una honda pena y hasta arrancar lágrimas a quienes supieran las causas que impulsaron a su autor a publicarlo y la circunstancias en que lo escribía.

Aquel periodista y literato distinguido, obrero incansable de la inteligencia que se llamó Julio Valdelomar, después de una labor titánica en la prensa, en la tribuna, en el libro, en el foro; después de haber defendido con hidalguía y entereza, más que unos ideales políticos a las personas que los sustentaban, sin temor a odios, rencores ni venganzas de los adversarios, cayó herido de muerte en aquella lucha rudísima y tenaz por la existencia; pidió auxilio a los hombres a que lealmente sirviera, a los que ayudó para que se encumbrasen y aquellos hombres, ingratos como la mayoría de la humanidad, le volvieron la espalda, desoyeron sus ayes y sus quejas de dolor. Y entonces el desgraciado periodista, realizando un esfuerzo también en más de una ocasión campañas que empezaron con el noble fin de defender un ideal o una doctrina, de evitar un abuso o corregir un defecto, convirtiéronse en luchas personales a causa de la excitación de las pasiones, deprimiendo a la prensa y haciendo víctimas a algunos periodistas de amenazas, procesamientos y agresiones muy lamentables. Pero. por fortuna, estas tempestades pasaron pronto y renacieron la calma y la tranquilidad propias del ambiente de paz que siempre se ha respirado en Córdoba.

Y no concluiré este ya largo discurso sin dedicar unas líneas a los tres periódicos más originales que han visto la luz en nuestra población.

Uno de ellos pudiera calificarlo de órgano de la cursilería, ya que la Academia Española de la Lengua ha aceptado la palabra cursi; se titulaba La Sensitiva, aparecía impreso en papel de color de rosa, estaba escrito en verso y dedicado a piropear a las muchachas. No creo necesario consignar que tuvo una vida tan corta como la flor de su mismo nombre.

Una pobre señora de no muy escasa ilustración pero que tenía perturbadas las facultades mentales acometió la magna empresa de reformar la Ortografía y, con el objeto de propagar su labor, publicó un periódico titulado muy acertadamente El Estemporáneo.

Para editarlo fué preciso hacer una fundición tipográfica especial con los signos inventados por la demente. No se sabe como llegaron algunos ejemplares de El Estemporáneo a manos del Ministro de la Gobernación; éste, al ver tan misteriosos como enigmáticos documentos tembló creyendo que en Córdoba había una sociedad de terribles conspiradores o algo así; telegrafió inmediatamente al gobernador para que se informase nuestra primera autoridad, puso en movimiento a toda la policía y al fin quedó en claro de lo que se trataba. La temible revolucionaria... de la ortografía a poco de haber empezado a publicar su periódico creyó, sin duda, que faltaba algo al título del mismo para que resultase más apropiado y lo amplió convenientemente; desde entonces el órgano de la reformadora de la gramática se denominó El Estemporáneo febreriano de número.

La señora aludida era una escritora de grandes recursos; jamás se apuraba por la falta de original para llenar su revista; cuando se le acababa, recurría a la Doctrina Cristiana y así se hallan, al final de algunos números de El Estemporáneo, el Padre Nuestro, la Salve y otras oraciones.

Un modesto artífice, tampoco exento de cultura, por azares de la suerte vino a parar a Córdoba.

Poseía una primitiva prensa de imprimir y varias cajas de tipos viejos y gastados, y con tales elementos decidió confeccionar un periódico.

Entre él, su esposa y un hijo de ambos, de corta edad, lo redactaban, lo componían, lo tiraban y repartían y no me atrevo a decir que también cobraban las suscripciones por que seguramente no llegó a tenerlas.

Este periódico originalísimo se llamó primero La Mari-Clara y apareció como semanario independiente; después convirtióse en republicano y cambió varias veces de título.

Aquella pobre familia cuyos miembros, incluso la mujer, se consideraban periodistas y tomaban la profesión más en serio que muchos de los que, en realidad la ejercen, acudía a toda clase de actos representando a La Mari-Clara, en los banquetes presentábanse el padre y el hijo, aunque no tuviesen más que una invitación y en las funciones de teatro turnaban los tres, asistiendo cada uno a un acto.

Don Manuel Caballero, así se llamaba el padre, había sido escultor adornista y cómico pero seguramente tales profesiones no le producían lo necesario para el sustento y entonces decidió fundar un periódico.

Él primero, y su hijo y su esposa después, murieron víctimas de la miseria.

He llegado al final de mi humilde trabajo que no es un estudio de la prensa cordobesa, porque este requeriría más espacio del que se dispone para una disertación académica y mayor autoridad en el autor que la mía. Es únicamente una ojeada sobre el periodismo local, al que consagré todos los entusiasmos de mí juventud y a cuyo servicio pongo diariamente mi pobre inteligencia con verdadera fe, con cariño profundo, sin que lo entibien los desengaños ni las amarguras, más frecuentes en esta profesión que las satisfacciones y los triunfos. El periodismo ha llegado a constituir parte integrante de mi existencia.

Por eso cuando después de una noche interminable de ruda labor, aletargado el espiritu, falto de alientos para continuar el trabajo, oígo el motor de la máquina de la imprenta preludiar su monótona canción y un momento después veo surgir el primer ejemplar del periódico a que he dedicado la velada, siento súbitamente renacer las energías físicas, brotar las ideas en el cerebro, rebosar la alegría en mi alma; experimento, en fin, la indescriptible transformación del soldado que cae herido en el campo de batalla, siente escapársele la existencia, levanta los ojos al Infinito, y al ver ondear la bandera de su regimiento nota una oleada de vida en todo su ser; porque si la bandera es el símbolo venerando de la madre y de la patria, la prensa es el símbolo hermoso de la cultura y del progreso.

He dicho.

 

Discurso de contestación, leído por el Director de la Academia, don Luís Valenzuela y Castillo, en el mismo acto.

I

Señores: Don Ricardo de Montis y Romero, nos ha regalado esta noche con uno de esos manjares, finos y exquisitos de su especial confección. Ese señor, de grave continente, andar reposado, ademanes rígidos, barba descuidada, muy miope, con tendencias a la obesidad, y algo despreocupado en el vestir, es un escritor de corte elegante, que maneja, con singular maestría, la rica lengua castellana, que observa y recoje, con plausible curiosidad, todo cuanto ofrece interés histórico o de acutualidad, pulcro en la dicción, ameno y chispeante en el relato y, con frecuencia, atildado e impecable en el estilo.

Montis nació para el periodismo, esto es indudable; acertó consagrando su pluma a esa agotadora e ingrata labor, tan anónima como, de ordinario, mal recompensada; pero se equivocó, grandemente, en mi sentir, encerrando sus aspiraciones en el estrecho recinto de la prensa local, por que en él no encuentran ambiente las especialidades y don Ricardo Montis, colocado en otro medio más amplio e independiente, tened por seguro que, habría sabido ejercer, en grande escala y con éxito lisonjero, el difícil ministerio de la crítica literaria.

Hablad con Montis, en conversación íntima se entiende, del mérito de nuestros literatos y artistas y oireis de sus labios discretas alabanzas para todos aquellos que revelan disposiciones felices, genio, talento, inspiración, cultura, aunque siempre percibireis, en el fondo de sus juicios, algo así como el sabor de un grano de limón agrio, por ser nuestro crítico de natural descontentadizo y un si no es exigente en literatura; pero cuando Montis está en su elemento, cuando se muestra sin velos ni tafetanes, es si la casualidad le depara una ocasión propicia de fustigar a algún mal escritor o a algún poeta detestable, entonces su palabra tornase cáustica y burlona, quema, diseca cuanto toca y parece como que se goza, cebándose en los ridículos engendros de los que maltratan nuestro bello idioma. Triste es decirlo, Montis en la prensa cordobesa, no ha podido desplegar, a sus anchas, las facultades nativas, ni cultivar, holgadamente, las aptitudes críticas de que está adornado, por habérselo impedido el fantasma de las conveniencias de localidad; con razón podría decirse que ha sido él más que otro alguno, un forzado de los convencionalismos sociales; desde otra tribuna más alta y menos restringida, ejerciendo de censor probo, pero inflexible y rectilíneo, seguramente que hubiera aplicado el cauterio de la crítica, con mano dura, a esa llaga del modernismo que corroe el buen gusto, salvando, como es de justicia, los respetos que merece, todo lo que hay de nuevo y bueno a la vez, en esa secta literaria y crítica; y sobre todo habría, nuestro ilustrado compañero, sostenido las más tenaces campañas por desterrar a tanto plagiario e indocumentado de la literatura, como perturba, en el día, la pacífica república de las letras.

Y no es que Montis sea un carácter adusto y sombrío; lejos de ser así, distínguese por su trato afable franco y cortés, aunque siempre retraído, lo cual no obsta para que, llegado el caso, se alze sañudo e implacable contra la legión de osados que estropean el habla de Cervantes, o atenta, sin miramientos, a los fueros sagrados del arte, por que esos torpes ingenios, con sus menguadas producciones, vienen a realizar obra antipatriótica, de injustificado descrédito nacional; pero esas bilis del crítico, se evacuan en el seno de la amistad, el publicista las disimula, con todo el dolor de su corazón.

A don Ricardo de Montis hay que clasificarlo entre los buenos escritores llamados de costumbres o festivos; dígalo, si no, su interesante y originalísima obra titulada «Notas cordobesas», esa historia, al por menor, de la Córdoba contemporánea, en cuyas páginas se reflejan fielmente, como los objetos en un espejo, hechos, sucesos, actos, usos, tipos atrayentes y simpáticos que pasaron, ofreciéndolos, el autor del libro, a nuestra absorta consideración, con tintas tan frescas, con colores tan vivos y con sabor de realidad tan puro, que no parece sino que al contemplar los cuadros que traza, con diestra pluma, van desarrollándose, a nuestra presencia, ante nuestra vista, las escenas mismas que el cronista inimitablemente describe. Completa la personalidad de don Ricardo de Montis, además del periodista aventajado, el poeta distinguido, pero predominando en él la nota satírica. Los acíbares de la vida a que alude, de pasada, en el bello discurso que nos ha leído en este acto, tal vez hayan sido parte a ir depositando en el fondo de su espíritu, un cierto sedimento de excepticismo, de recelo y de desconfianza hacia los hombres, que quizá hubo de predisponer su alma desengañada, al cultivo escabroso de la sátira.

Los grandes maestros de su género poético, Horacio, Juvenal, Quevedo, Góngora, Larra, Lord Byron, todos ellos libaron o creyeron haber libado crueles amarguras en su vida, y sabido es que el infortunio exalta el camino a la vez que aviva, en quien lo sufre, la alta visión de ideales sublimes que sirven de contrapeso a sus desventuras terrenas y forman extraño contraste, con las impurezas de la realidad que contempla. Haber sido víctima de la desgracia o de adversidades inmerecidas y sin embargo ver triunfante la inmoralidad, sueltas las pasiones, encumbrada la ineptitud, agasajada la estulticia, admirado lo feo, lo torpe, lo depravado; si el observador en cuestión, tiene carácter varonil y sabe penetrar, con juicio certero, en la entraña de una sociedad encubridora de esas injusticias y extravagancias, de esos vicios y ridiculeces y además se halla dotado de conciencia honrada, talento claro y abundante vena, vereis como no tarda en lanzar su protesta, en una o en otra forma, colérico o regocijado, ya movido por una oleada de indignación, ya arrastrado por un sentimiento apacible de lástima, surgiendo así la figura redentora, temible, imponente y burlona a la voz del escritor satírico, que persigue y castiga, ora severo, ora jocoso, la corrupción, los desórdenes, las maldades, las miserias de su tiempo.

Don Ricardo de Montis, como prosista es predominantemente crítico y como poeta es, ante todo satírico, ambos caracteres son aspectos, mutuamente, complementarlos de una misma inteligencia dotados de facultades perfectamente armónicas y solidarias, tanto que los juicios severos que emite el crítico, los haría suyos, de buen grado, el vate satírico, y las estrofas punzantes, sarcásticas, corrosivas de éste, no las desdeñaría, a buen seguro, el primero; pero Montis, a la vez que crítico y que satírico y quizá, antes que lo uno y que lo otro, es periodista, por irresistible vocación de su alma, y como excelente hijo de la prensa, al venir lleno de merecimientos, por su propio derecho, a ocupar un sitial en esta Academia renombrada, ha querido dedicar, a su madre espiritual un sentido recuerdo de sus castos, casi me atrevería a decir, de sus únicos amores, y para mejor realizar sus nobilísimos deseos ha creído que debía de escoger y ha escogido, para tema de su oración, la sugestiva historia del periodismo en Córdoba, cuya síntesis maravillosa acabamos de oír.

Ese discurso de recepción ha sido una crónica más, sobre las muchas que de cosas cordobesas, ha escrito el señor de Montis, con la particularidad, digna de ser notada, que sus pesimismos inveterados han tenido, esta velada, pasajero eclipse, quizá haya sido esta ocasión, una de las pocas en que, nuestro colega se haya sentido inspirado, mejor aún, subyugado por la musa de la benevolencia, hasta rayar en el complaciente encomio, no ciertamente por la fuerza de un hábito contraído por él en la prensa local, sino por que ni Montis mismo, con ser tan dueño de sí, está . exento de la imperiosa ley de las debilidades humanas, y yo tengo para mí, que se debe a una flaqueza filial del periodista, su indulgencia de esta noche; pero señores, les tan hermoso ser débil con los defectos de la madre!

 

II

Tiene el periodismo tantos encantos, tanto imán y garabato, hasta las más vulgares medianías siéntense atraídas, como tontuelas mariposas, a su flameante y mortífera luz; yo, sin aptitudes de escritor, soñé con la prensa periódica, en mi ya lejana juventud, porque, eso de contar con un formidable instrumento de publicidad, que dé a conocer las mercancías de nuestro cerebro, en el gran bazar del mundo, es dé lo más tentador que puede solicitar a un corazón de veinte años; pero layl que la prensa, cual nuevo Saturno, es un monstruo, además de ser un Dios, que devora a la mayor parte de sus candorosos hijos; solo los hidalgos de la inteligencia, los que atesoran grandes reservas de ingenio, los que posee el don, casi divino, de las felices improvisaciones, los que cuentan con un inagotable filón de ideas y tienen además la rara gracia de la oportunidad y del acierto, se salvan y llegan, tras recio luchar, a ser figuras salientes de esa literatura ligera, fugaz, movida, tornadiza y novelera, que apenas deja rastro, pero llena de atisbos, de presagios, de consejos, de revelaciones, de censuras y de enseñanzas utilísimas. Así se comprende por qué la inmensa mayoría de los aspirantes a periodistas no pasa del noviciado; yo de mí sé decir que me tengo por muy honrado sólo con el hecho de haber sido, en mis juveniles años, un nuevo neófito de esa gloriosa e inolvidable comunidad de periodistas cordobeses, complaciéndome en tributar, en esta solemnidad, un homenaje de admiración a los que viven, y un recuerdo respetuoso a los maestros que pasaron a la inmortalidad, después de haber dejado pedazos luminosos de sus almas, en esas hojas de papel que devora la curiosidad pública y en cuyas columnas encuentran alimento nutritivo todos los espíritus, en términos que, hoy puede afirmarse que el periódico ha venido a sustituir al libro, con relativa ventaja y no poca economía.

Desdichado destino el que ha sido reservado a las producciones de esas diligentísimas abejas de la inteligencia que depositan, diariamente, la miel de su genio en panales que ha de castrar un glotón insaciable que siempre está pidiendo más; la vida de esas páginas chispeantes, donosas, sentidas, patrióticas, apasionadas e intransigentes a la vez, es momentánea, apai ecen, se leen y se olvidan casi al mismo tiempo, porque la atención del público es inmediatamente solicitada por otra noticia sensacional, por otro suceso o hecho interesante, por otro invento o descubrimiento portentoso, sin comprender las gentes, que el escritor que les sirvió el plato que, no bien gustado, arrojan con indiferencia, pasó la noche anterior en vela, recibiendo y dando sentido a la información telegráfica, puliendo el artículo literario, devanándose los sesos para revestir de novedad el cuento, investigando antecedentes para tejer la crónica, buscando colores en su paleta con que hacer atractiva la revista; sin embargo, no hay que desesperarse, señores periodistas, vosotros bien podeis encontrar lenitivo a vuestro dolor viendo que tan efímeras como las vuestras, son también las obras del novelista, del poeta, del tratadista. ¿Cuantos millares de volúmenes en prosa y verso se publican? ¿Cuantos centenares de discursos se pronuncian en el transcurso del año?; imposible contarlos, pero se sabe que solo perdura y goza del favor de los lectores un número escaso de esos libros; los demás, son antes olvidados que nacidos. Se coleccionan las oraciones magistrales de los grandes oradores, se adquieren los libros peregrinos de los literatos consagrados, se representan los dramas sublimes de los autores gloriosos, todo lo demás corre la misma aciaga suerte que el trabajo periodístico de la clase corriente, con la agravante de tener muchos menos lectores que éste; también se han recogido y recopilado, los artículos (le relevante mérito, que escribieron un Pacheco, un Donoso Cortés, un Pastor Díaz, un Lorenzana, un Calderón, un Cavia, un Benavente y otros, de donde se sigue, después de bien considerado, que lo mismo en el periódico que en el libro, lo que pasa, lo que se olvida, es lo mediocre, lo adecuado, lo anodino; en cambio lo escogido, lo selecto, lo trascendental, lo bello, lo escultural, eso queda y se consolida en el refinado gusto del buen público; ahora que tanto en una como en otra literatura, lo excelso está en proporción con lo infinitesimal con lo vulgar y pedestre.

Tengo yo por cosa evidente, que lo que ennoblece a la profesión del periodista, es su misión educadora, de carácter eminentemente popular; las clases proletarias, que no cuentan con recursos suficientes que poder destinar a la adquisición de libros, sobrado costosos para ellas, dados sus escasos medios económicos, apenas si disponen de otras fuentes directas de instrucción que el periódico y el teatro. La inteligencia impresionable y naturalmente cándida y poco cultivada de esos hijos del trabajo manual, que por vivir en una esfera social muy apropiada para que el espíritu dormite en brazos de la ignorancia, suele ser, con raras excepciones, materia dispuesta para todas los fines, ya loables, ya nocivos; esa inteligencia siempre sencilla, infantil del pueblo, tiene en la prensa periódica un guía que la encamine a seguro puesto o que la conduzca a regiones peligrosas, donde se extravíe y corrompa; enormísima es la responsabilidad moral que contraen esos apóstoles del periodismo que predican, desde las columnas de los periódicos militantes, y que como sembradores de ideas, llevan, hasta cierto punto, la cura de almas de las multitudes; esos modeladores de la opinión pública, a los que no se pide títulos, ni ejecutorias, ni fiadores, son en la vida de las sociedades modernas, la encarnación de un poder verdaderamente diabólico, que no tiene semejantes en lo humano, por ser el único que ejerce acción sobre las intimidades de la conciencia y, hasta la reputación y la honra de las personas, son sus súbditos.

Razón tiene el señor de Montis al afirmar en su discurso, que la prensa es el espejo en que se retrata el estado total de un pueblo, que ciertamente presenta aspectos los más variados, si bien algunas veces, el espejo, en vez de ser de azogado cristal, es de metalicio acero, y entonces no refleja fielmente los rayos del sol. Distínguese entre todos, el carácter cordobés por sus naturales inclinaciones a la benevolencia, ¿quereis pruebas de esta mi particular apreciación? pues asistid a los juicios por jurados que celebra nuestro Tribunal popular y vereis como su criterio se inspira, generalmente, en sentimientos de clemencia; el reo que mata por celos, el que roba por hambre, el que viola por pasión, el que se subleva por patriotismo, tened por seguro que en la inmensa mayoría de los casos, obtiene un veredicto de inculpabilidad, porque el juzgador, al dictar sus decisiones, hace para su foro interno, este humanitario razonamiento, «yo, en el caso del acusado, hubiera hecho lo que él», y, es claro, para no gravar su conciencia jurídica, siendo severo con el reo, después de haberse reconocido indulgente consigo mismo, el jurado opta por ser misericordioso, y declara, con toda tranquilidad de espíritu, la inocencia de los que, seguramente, son culpables a los ojos impasibles de la ley.

Ese sentimiento de benevolencia que mueve la voluntad de los jueces del hecho, a favor de los delincuentes, es el mismo que se desliza en el corazón del padre y le impulsa a perdonar al hijo vicioso, y el que invade también la conciencia de la autoridad y le impele a dejar impune al ciudadano perturbador; me direis, que esa indulgencia es, más bien que una cualidad recomendable, una lastimosa debilidad, es cierto, pero acaso, la benevolencia, ¿fué nunca una virtud? Pues bien, nuestra prensa local, que es, como si dijéramos, Córdoba misma discurriendo públicamente, parece natural que participe de los temperamentos benévolos de los cordobeses, y así no ha de ser extraño que desde que apareció, allá a mediados de la última centuria, el más antiguo e importante de sus órganos, el «Diario de Córdoba», que tan acertadamente interpreta el sentir general de la ciudad, esta publicación se deje llevar por una mansa corriente de templanza, de sensatez, de deferencia y de

atenciones laudatorias, para todo el mundo, que la hacen sobre manera simpática, por que, dígase lo que se quiera, en las pequeñas poblaciones no es práctico observar otra conducta periodística. El talento y la habilidad desplegados, desde antiguo, por la Redacción del Diario, ha contribuido a prolongar su vida durante sesenta y cinco años, y a que goce, en la actualidad, apesar de sus respetables canas, de una robustez envidiable; me he referido, particularmente al «Diario de Córdoba», por ser el decano de los de esta localidad y por ocupar un alto puesto en su Redacción, el señor Montis; lo mismo habría que decir y, téngase por dicho, de los demás periódicos de esta ciudad. Separarse de esa línea de conducta sería aquí contraproducente, las publicaciones que han dado la nota injuriosa o que han adoptado una política de violenta o personal oposición, han resultado ensayos de corta y tormentosa vida.

Los periódicos de Córdoba, aunque dentro de los límites que son peculiares y propios a la prensa de provincias, han seguido, de cierta manera la evolución de la prensa en general, pero procurando alternar el noticierismo naciente que todo lo absorbe, con los trabajos sobre asuntos literarios, científicos, artísticos y, dentro de ciertos límites, también políticos; porque hoy, el periódico viene a ser una publicación de carácter enciclopédico que, sin profundizar ninguno, tiende a abarcar los distintos órdenes de conocimientos que despiertan interés, para apacentar espiritualmente y satisfacer los múltiples gustos de la abigarrada grey de sus suscriptores.

La polémica periodística, de altos vuelos, no ha adquirido arraigo entre nosotros; hánse promovido, en la prensa cordobesa, discusiones empeñadas entre escritores de distintas escuelas, pero de corta duración y en cuanto a los naturales antagonismos de empresa, aunque han existido, nunca ofrecieron tonos destemplados, debiendo de pasar por alto ciertas controversias, de triste recordación, que llegaron a extremos, por demás dolorosos y reprochables.

 

III

Este periodismo tan bien equilibrado, respetuoso e indulgente que disfrutarnos en Córdoba, está hecho a imagen y semejanza de gerentes y redactores que, por regla general, sintiéronse llevados en esa suave dirección, y al llegar a este punto, grato me es evocar el recuerdo personal de una de las figuras más preeminentes de nuestra prensa, refiérome a don Ignacio García Lovera, escritor galano, poeta inspirado, dramaturgo aplaudido, orador elocuente, abogado peritísimo y hombre de mundo, de un ingenio, de una amenidad y de un gracejo insuperable; largos años colaboró asiduamente en la redacción del «Diario de Córdoba», donde se publicaron producciones suyas, muy bellas en verso y prosa; el bufete y en particular la política, retrajéronle después del público ejercicio de la pluma, pero siempre prestó atención preferente al diario que había fundado su señor padre, y como periodista ilustre, le diputo yo, entre los que más se hubieron de distinguir en aquella fecunda época.

La prensa política tuvo también esforzados adalides en esta ciudad, al parecer tan indiferentista. Murió prematuramente un joven poeta y letrado, de noble estirpe, talento despejado, abierto de carácter y corazón algo impulsivo que, sí los apremios y necesidades de la vida no habieran ejercido invencible coacción moral sobre su espíritu, si su posición social hubiérale permitido independencia de criterio como escritor, otros habrían sido los frutos que dejara de su inteligencia, como periodista y hasta como literato. Obligado con frecuencia a discurrir en la prensa por encargo y a gusto de políticos traviesos, dominados por desesperada ambición, aquella naturaleza débil, enfermiza, sensible, que había nacido para la holgura y el bienestar de que se vió privado, por azares de la suerte, murió en honrada pobreza, después de haber devorado las más crueles amarguras y, por lo mismo, justo ha de ser memorar aquí el caso doloroso de aquel esclarecido periodista cordobés que se llamó don Julio Valdelomar, a quien la mayor parte de los presentes trató, y en quien tuve ocasión de admirar sus excepcionales talentos para las puras recreaciones del espíritu.

Ya hace años que, con su familia, vino a establecerse en Córdoba un adolescente, que estudió la segunda enseñanza, en nuestro renombrado Instituto provincial, hoy general y técnico. Aquel muchacho menudito, dotado de extraordinaria movilidad, con más voz que cuerpo, de mirada distraída y ojos soñadores, había de ser, andando el tiempo, una . de las reputaciones mejor cimentadas y más legítimamente adquirida del periodismo español; de sobra sabéis que aludo a Julio Burell; aquí, siendo estudiante del Bachillerato, empezó a hacer prosa y versos y, no pocos días, la rabona, preocupándose más de las prosperidades de su «Ramillete», que de las ecuaciones de tercer grado, y, en general, de las asignaturas que apáticamente cursaba.

Leía mucho, aunque sin plan, por ser su impetuosa imaginación refractaria a toda disciplina, si bien tenía la buena cualidad de asimilarse cuantas ideas cruzaban por los umbrales de su espléndida inteligencia, y cuando mayores eran sus simpatías y relaciones en Córdoba, un ascenso de su padre llevó a Madrid a nuestro joven comprovinciano, y una vez en la Corte ingresó en la Universidad Central, primero como alumno de la facultad de derecho, y después de la dé filosofía y letras; allí cursó leyes y literatura y también amores, unos románticos, otros eccidentados; pero aquella imaginación opulenta, no se avenía con elmagíster díxis, y desertó de los estudios reglamentarios, entrando de lleno con sus grandes alientos e ilusiones, en las luchas ardorosas del periodismo.

Aún era estudiaute y ya empezó a distinguirse en el antiguo Ateneo de Madrid, y allí, en las inolvidables reuniones de la cacharrería, diose a conocer por su chispa y su listeza; fue por aquel entonces, nombrado Secretario de la Sección de Literatura, que presidía a la sazón, el eximio don Francisco de Paula Canalejas y, como Revilla que, con el ilustre Moreno Nieto, compartía el imperio mental de aquella Casa, hubiera de censurar pública y acremente en cierta sesión, los términos sucintos con que se acostumbraba a redactar las actas; Burell, coaligado con otros ateneistas poco sufridos, formularon un voto de censura contra el temible crítico, y cuando se discutió la proposición, terció briosamente Burell en aquel acalorado debate, único en que Revilla, que era un invencible polemista y dialéctico, tuvo que batirse en retirada, rectificando cumplidamente las apreciaciones molestas que había emitido contra la Mesa.

Después, don Julio Burell consagróse en cuerpo y alma a la prensa y a la política, haciendo una carrera rápida y brillante, pero cuyas últimas jornadas están aún por recorrer; ha sido Ministro y creo yo, que subirá más todavía, por sobrarle condiciones de inteligencia y por tener un perfecto conocimiento, que sabe utilizar con oportunidad, de los secretos de la alta política y de los hombres que actúan en ese escenario tan movedizo. Burell es hoy uno de los diputados de más fecunda inventiva en recursos parlamentarios, pero, él sigue amando al periodismo con amor inextinguible, tanto, que le he oído decir repetidas veces, que el principal motivo de no haber querido obtener un título universitario, ha sido para no ser en el mundo más que un periodista, y de esa manera debérselo todo a la maga de sus pensamientos, a la prensa periódica.

De otros mucho escritores cordobeses podría ocuparme, pero ¿qué ha de decir el aficionado después de lo que ha dicho el profesional? Sin embargo, imposible omitir aquí el nombre ilustre de Blanco Belmonte, ¿que diré de ese gran poeta y periodista en unas cuartillas?, nada; su personalidad literaria reclama un libro.

 

IV

Ahora para terminar, permitidme señores, que al dar la bienvenida en vuestro nombre y en mi nombre a don Ricardo de Montis, uno de los ingenios más agudos, intencionados, sagaces y ricos en «Triquiñuelas»... del periodismo cordobés, me haga lenguas de su extremada modestia, ya lo habéis visto, huyendo de aparatosas exhibiciones ha querido que el acto solemne de su recepción pública, se celebre en las calladas intimidades del propio hogar académico; por su gusto, hubiera tenido lugar esta ceremonia en el vacío más absoluto, a ser posible, bajo la campana asfixiante de la máquina neumática. ¿Será Montis un caso de misantropía disimulada? No lo sé, pero presumo que nuestro compañero, es un fugitivo de la sociedad o por lo menos un solitario del destino, que no se adapta bien a las prácticas corrientes de la vida; la notoriedad que tanto seduce a los espíritus frívolos y superficiales, produce en los caracteres enteros una invencible repugnancia, por no gustar de darse a sí mismos en espectáculo; por eso don Ricardo de Montis toma posesión de una plaza de académico numerario, de manera sigilosa y recatada, poniendo sordina en su voz para no ser oído más que de sus compañeros y de sus intimidades. ¡Dichoso él que ha sabido llegar a la madurez de los años sin haber perdido en el camino la virginidad de la verdadera modestia!

He dicho.

 

 



 

 

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